sábado, 12 de junio de 2010

AUTOEVALUACIÓN

Mis ojos se han abierto como dos ventanas que estaban antes cerradas. Ahora voy por la calle y todo tiene otro sentido. Veo las cosas de forma diferente a como las veía antes. Es una sensación nueva, como si me hubieran quitado ese antifaz, que no me dejaba ver más allá. He aprendido a mirar.

Al principio de la asignatura, todo era un caos, inquietud, ansiedad….etc. Pero con el paso del tiempo cada vez me atraía más. Era una asignatura que no me quitaba de la cabeza en ningún momento incluso cuando dormía. Otra cosa que destacaría es la libertad y motivación que hemos tenido en el desarrollo de ésta, algo que es difícil ver en estos momentos en cualquier facultad. La metodología empleada es una de las más novedosas que he visto. La música del primer día me llamó la atención y a partir de ahí me di cuenta de que todo iba a ser diferente.

A partir de esta experiencia me he dado cuenta que todos podemos crear y que la imaginación no tiene límites. Y que no todo, esta en saber dibujar bien, como me hacían creer muchos profesores en magisterio de educación infantil, sino que la educación plástica va más allá.

No me valoraría con una puntuación numérica del 0 al 10 sólo me quedo con la experiencia, con lo aprendido y con la satisfacción personal de disfrutar de la educación plástica algo que no había tenido hasta el momento.

Espero que profesores jóvenes, como tú, lleguen a las facultades y consigan abrir los ojos de los alumnos como lo has hecho tú.

En cuanto al nombre de la asignatura, enseñanza y aprendizaje de las dificultades en la educación plástica, al principio no le encontraba sentido, pero creo que al final he comprendido el significado, “Éramos ciegos que viendo no ven” pero con el desarrollo de la asignatura, que se podría considerar un tratamiento, a hecho que esta dificultad desaparezca.

jueves, 3 de junio de 2010

martes, 1 de junio de 2010

ENSAYO

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“CON OJOS DE NIÑO POR LA CARRETERA”

Una alfombra negra se extiende como un camino. En ella se posan líneas blancas, amarillas y azules, que no tienen fin. Por ella, se deslizan ruedas, cada vez que esa luz verde se enciende. La gente quiere pisarla, pero tiene que esperar a que los coches se paren y esa luz roja aparezca, sus pies se posan sobre unas teclas de un piano del que salen ese maravilloso ruido de los pasos. El señor semáforo, siempre colocado al lado de esas teclas de piano, cambia de color cada vez que tiene un nuevo sentimiento. Se pone verde cuando esta esperanzado de que esas ruedas toquen el piano, rojo cuando esta furioso de que poderosos pies aplasten las teclas del piano y amarillo cuando siente miedo de que alguien pare la música de ese lindo piano.
Una maestra sentada en una parada, en frente del piano, de repente se ve sorprendida por dos señales de prohibido que se posan en frente de sus ojos y no la dejan ver. Le recuerdan a esas gafas que nos ponemos por carnavales. Ésta intenta abrir los ojos cada vez más, como si dos puertas se abrieran, pero una oscuridad profunda no deja pasar a ese huevo frito estrellado bajo un intenso azul. Su cara comienza a arrugarse, su boca abrirse y su cabeza empieza a girarse. Las cejas comienza a pegarse cada vez más a la nariz y su corazón late tan rápido como si de un cronómetro se tratara. Su cara parece haber sido poseída por una máscara que refleja angustia. Su cerebro no había guardado ninguna imagen, sólo una en un pequeño rincón. Parecía difusa, pero en ella se apreciaba una silla de escuela con un niño con los ojos tapados, sentado sobre una alfombra negra. Empezó a gritar pero nadie la escuchaba, su desesperación era cada vez mayor. Dos ríos de agua empezaron a brotar de aquellas señales de prohibido. El río caía como una cascada que acariciaba esa bella nariz. Al finalizar la nariz se veían dos grandes agujeros, como si fueran aquel túnel que había en aquella alfombra negra. Éste era acariciado por un viento que cada vez corría con más velocidad. Sus piernas empezaban a temblar como si fueran dos parabrisas. La gente de la calle se quedaba sorprendida de ver esas gafas hechas con dos señales de prohibido, pero nadie se paraba a ayudarla. Ella, sólo quería llegar a su escuela. Escuchaba ruidos de coches que pitaban, motores que arrancaban, otros que paraban y un murmullo de la gente que paseaba por las aceras que parecían dos largas manos de esa alfombra negra. La maestra no paraba de llorar y de gritar que no veía, pero parecía que todos aquellos oídos que paseaban por las aceras no dejaban pasar ningún sonido de los que expulsaba su boca. Decidió levantarse, pero era como si se encontrara en un desierto en el que ninguna señal le indicaba el final del camino. Una pequeña mano se encajo sobre la suya, como si de un puzzle se tratara. De ella salía una pequeña voz, que le decía que la guiaría hasta llegar a su destino. Un recuerdo apareció en su cabeza, tras escuchar esa voz tan inocente, eran sus alumnos pequeñas termitas que no paraban de moverse con mentes inquietas. Las aceras estaban todas aplastadas por coches, lo que dificultaba su paso. Sus pies parecían ruedas y su mano un volante que se dejaba guiar por aquella mano tan pequeñita pero a la vez tan tierna. Aquella voz inocente le preguntó que hacia donde se dirigía aquella mañana y ella le respondió que iba al colegio como todas las mañanas. La gente de la calle se quedaba sorprendida de que una niña de 4 años fuera dirigiendo a una mujer adulta, otros sólo pensaban que eran madre e hija. La niña le preguntó que si recordaba ¿Dónde vivía? ¿Cuál era su calle? Si tenía familia… Pero ella estaba tan nerviosa que en su pensamiento reinaba aquella niebla negra que se había apoderado de su cabeza. La maestra decidió con su otra mano tocar todas las paredes por las que pasaba para haber si volvía un recuerdo a su pensamiento. Al principio, tocó una pared lisa muy fría que a veces se paraba por algún cartel de propaganda. Ella siempre le preguntaba a aquella voz inocente ¿Qué hay en este cartel? Y ella le respondía con lo que ella percibía de ese cartel. Después tocó una puerta pero no le recordaba a la de su portal. Su mano seguía viajando por aquella pared que parecía no tener fin, a veces era lisa, otras rugosa, caliente, fría, húmeda…etc. Escuchó la voz de una madre llamando a su hija y le vino aquel preciado recuerdo de la protección de su madre hacia ella. En ningún momento se había sentido tan desamparada como aquel día. Su sensación era como si un muro negro se hubiera edificado delante de sus ojos. Por su nariz, como si de una aspiradora se tratará empezaba a recordar olores, como el del café que salía por las ventanas de los bares, los aromas de la flores que habían cubierto los campos, era como si la tierra se hubiera puesto un vestido de flores, le decía aquella voz inocente, olor a basura…etc. Empezaba a recordar algunas cosas por los sentidos, pero aquel muro negro no le dejaba ver todo lo que podía ver ella antes. Esta situación le traía recuerdos de la niñez cuando jugaba al maravilloso juego del escondite y tenía que tener los ojos cerrados durantes unos segundos. La voz inocente durante todo el camino no paraba de decir colores, formas, números, letras…etc. Le recordaba a las pequeñas termitas de su clase y a esos ojos tan vivos que acaban de llegar al mundo y irradiaban viveza e ilusión. Pero ella no tenía ningún recuerdo de los colores, ni de las formas, números…etc. En su camino no había ninguna dirección solo la pequeña mano que se había encajado en la suya y de la que viajaba una energía que le transmitía ilusión. Llegaron al final de la acera y aquella voz inocente le dijo ahora vamos a dar pequeños pasos y en breves segundo viajaremos al país de la música. Sus pies se posaron bajo aquel esplendido piano, sus pasos desprendía una melodía que se apoderó de sus pensamiento. La pequeña dijo vamos rápido, antes de que el señor semáforo se ponga rojo porque, como se enfade empezarán a acariciar el piano ruedas de coches. A la maestra, todo le parecía ajeno a ella, puesto que no podía ver nada que no proviniese de esa voz inocente. Aquello era como un viaje que no había soñado ni en el mejor de sus sueños. Volvieron a la acera, ahora había una señal con una flecha, la voz inocente dijo que nos dejaríamos guiar por aquella nariz. Ésta le dijo que le explicara que había sentido cuando aquellas gafas con un círculo rojo y una raja que parecían una hucha para echar dinero o una cerradura se habían apoderado de sus ojos, quería saber cómo ocurrió todo, cuándo, dónde,…etc. La voz inocente pensó que lo mejor sería ir al médico, como hacía siempre su mamá cuando ella estaba malita, pero creía que aquello no era una enfermedad que la curaban los médicos. La maestra pensaba que si tenía que quedarse así para siempre, lo mejor era la muerte. Pero la voz inocente le dijo que esa era la última solución, que el ser humano tomaba en la vida y que nadie elegía el día de su muerte. Y que había que vivir todos los momentos de la vida como si fuesen el último. Siguieron a la nariz durante un largo rato. La nariz le decía que no se podía ir para otro lado porque la alfombra negra se enfadaba. La voz inocente, le dijo a la maestra que era un secreto entre las dos, el que ella no pudiera ver, que nadie más lo sabría y que cuando se encontraran con gente, ella debía actuar con toda naturalidad. La acera se terminó y de nuevo se encontraron con una nueva señal, ésta eran tres flechas que estaban jugando al corro de la patata. Ellas se pusieron a jugar con las flechas durante un rato, hasta que volvieron a la otra acera. La maestra tenía la sensación de que en todo momento estaba jugando al “veo veo”, con los ojos de otro. La niña le preguntó que le explicara sus sentimientos después de que esa niebla oscura inundó sus ojos. Ella no sabía como explicárselo porque un sentimiento de tristeza inundó su cuerpo y su corazón, parecía que estaba siendo espachurrado por unas grandes manos. Pero, decidió contárselo. Al principio, lo único que poseía mi cuerpo era una marea de angustia, miedo, desprotección…etc, era como si estuviera sola en el mundo y nadie pudiera sacarme de aquel pozo en el que había caído. Pero de repente, otros sentidos de mi cuerpo empezaban a cobrar vida, como el tacto, el oído, el olfato y el gusto. Era como si una goma hubiera borrado el mundo, en un plis, plas y todo hubiera sido manchando por un bote de tinta que se desplaza poco a poco por un universo vacío. Para mi era como si la tierra estuviera de luto y se hubiera enfundado el mejor traje negro de su esplendoroso armario. Me sentía diferente a los demás, como si fuera un pequeño punto en un horizonte infinito. Todo lo que había a mí alrededor se paró y dejo paso a la oscuridad. En la acera apareció una nueva señal esta era una niña con un adulto. La niña le dijo que eran dos personas, pero que estaban calvas y encima se les había olvidado pintarles la cara. Ésto provoco una sonrisa en la maestra y la voz inocente le dijo: que mirando bien parecía un espejo en el cual se estaban reflejando las dos. Se acercaron mucho y ésta estaba cada vez más convencida de que eran ellas dos. A los pocos metros, otra nueva señal despertaba de la alfombra, esta vez era una cama, según le dijo la voz inocente, pero esta cama podía volar y decidieron subirse. Arrancó los motores, sacó sus alas y empezó a subir, se chocaron contra un huevo frito que estaba estampado sobre un profundo azul, la niña gritaba. La maestra tocaba algodones, una frescura inundaba su cara, el preciado viento chocaba sobre su cara y durante un momento, llego a pensar que aquella mancha oscura había desaparecido de sus ojos. La cama comenzó a quedarse sin gasolina y decidieron volver a la acera. Durante pocos segundos, la maestra tuvo la fantasía de volver a ver aquella maravillosa luz que le daba vida a la tierra, es decir que le permitía ver colores, sombras, formas, perfiles, siluetas…etc. Siguieron andando y volvieron a encontrarse con el señor semáforo, esta vez estaba en rojo y tuvieron que esperar unos segundos, hasta que a éste se le pasó el enfado. De repente se puso verde y ante los ojos de la niña apareció una nueva señal, era un teléfono que le recordó al teléfono escacharrado. Durante un momento un nuevo pensamiento llegó a la cabeza de la maestra, así era como ella se sentía, le llegaba mucha información de aquella pequeña voz, pero nada de lo que oía lo podía ver y era solo con su imaginación como conseguía ponerle imagen a las palabras. La voz inocente le dijo que le gustaba mucho jugar al teléfono escacharrado, porque llamaba a mucha gente para decirle cosas muy importantes. Una nueva señal despertó de repente de la alfombra y apareció al dar unos cuantos pasos, era un cuchillo y un tenedor la voz inocente dijo ha llegado la hora de comer y vamos a comer sándwich. La maestra empezó a reírse y la niña sacó de su mochila un sándwich, lo partió por la mitad y aposentaron sus hermosos culos sobre la barriga del señor banco, que agradeció en todo momento las miguillas que caían de aquel bocadillo tan gustoso. La maestra primero escuchó como se deslizaba el papel que cubría al bocadillo, después a su nariz llegó el aroma de aquel chóper recién cortado y por último a su boca un blandito pan que le sabía a gloria. Era una de las mejores sensaciones que había tenido hasta el momento. Con las barrigas llenas, como la de un dominguero después de un día de playa, decidieron seguir la línea blanca que se extendía por aquella alfombra negra. Su nuevo destino era tan difuso como unas gafas empañadas. Anduvieron un kilómetro y el cansancio era cada vez mayor. Decidieron tumbarse en una cuneta de la apreciada alfombra negra. La maestra tuvo la sensación de volver a ser bebé y estar entre las sábanas frescas de aquella cuna de madera que siempre estuvo junto a la ventana. Descansaron durante un largo rato. De repente a lo largo del azul intenso que se difundía encima de sus cabezas, unas ovejas inquietas empezaron a llorar. La niña se asustó y la maestra por la descripción que le hizo en su mente apareció la imagen de la lluvia. Fue una sensación relajante como aquellos baños intensos después de una larga jornada en el colegio. Decidieron continuar su camino, arrancaron motores y sus pies se pusieron en marcha como si del mejor formula 1 se tratara.



Su nuevo destino había comenzado y el piloto, aquella inocente niña, me llevaría a vivir otra fantástica aventura.
Una nueva señal se puso en pie en su camino, era la de un tren que por un tubo desprendía humo y salía un sonido intenso (chu-chu……..), se movía por encima de una escalera, que estaba tumbada en el suelo con unos maravillosos pies que parecían ruedas. Un nuevo recuerdo inundó la mente de la maestra. Aquellos viernes, en los que en su época de estudiante, tenía que coger el tren para volver a su pueblo. Todos corrían con las maletas para no quedarnos sin billete y montones de maletas cargadas de recuerdo rodaban por las aceras de la ciudad. La niña decidió que deberían montarse. Levantó su mano y aquel tren se paró. Dentro de aquel tren no viaja nadie sólo ella y la maestra. La niña se asomó por la ventana y empezó a describir todo lo que veía. A través de la ventana se apreciaban sábanas verdes, movidas por el viento de la tarde. Algunas de ellas estaban decoradas por manchas de colores que desprendían aromas muy primaverales. Y como no estas maravillosas sábanas acababan en aquel intenso azul y su fiel amigo el huevo frito. Un líquido que no tenía color se movía por la sábanas, parecía como si alguien hubiera derramado un vaso sobre un mantel. Y unos pajarillos movían sus alas por el intenso azul. La maestra recordó aquellos días de verano en los trigales de su pueblo. En el que los campesinos recogían los trigos para el ganado. El sonido de chu- chu del tren empezó a disminuir, eso quería decir que el viaje sin destino había terminado. Se bajaron del tren y volvieron a la alfombra negra. Bebieron agua durante unos segundos. Para la maestra fue una sensación de frescura como la del mar cuando acaricia la arena de la playa. Su cuerpo cogió fuerzas al entrar ese líquido fresquito que no tenía sabor, pero que le calmó la sed. De nuevo empezaron a caminar. Anduvieron durante largas horas y ninguna señal aparecía en su camino. Hasta que de forma extraña la alfombra negra empezó a moverse y una nueva señal se puso delante de sus caras, era una señal que tenía unas letras que ponía STOP y estaban encima de un hexágono rojo, eso quería decir que nos teníamos que parar, era como si gritaran altoooooooooooooooooo. La maestra pensó en aquellos policías que nos encontramos en la carretera y nos levantan la mano para ponernos una de esas dichosas multas. La niña no entendía muy bien que quería decir aquello. Era una sensación rara como si el final de la alfombra negra estuviera cerca. Delante de ellas apareció una vela y detrás de la vela un colegio. Fue como un momento mágico. La voz inocente describía aquel colegio como un lugar de fantasía en el que niños y niñas fomentan su creatividad para tener soluciones y respuestas para cualquier situación en la vida. Un lugar en el que niños y niñas dejaban viajar su mente por mundos en los que nadie había conseguido nunca viajar. En el que se escuchaban risas, se desprendía ilusión y se forjaba el futuro del mundo. La maestra se inundó de un sentimiento de alegría del cual nunca hubiera querido despertar. La mano inocente empezó a desencajarse del puzzle que se había formado con las dos manos y de fondo se escuchaba un despertador. Los dos ojos de la maestra empezaron a abrirse y las dos señales de tráfico se alejaron poco a poco de aquellos dos espejos que empezaban a cobrar fuerza. Abrió los ojos y vio. Vio y gritó, Veo. El primer grito fue aún el de la incredulidad, pero con el segundo, y el tercero, y unos cuantos más, fue creciendo la evidencia, Veo, veo, se abrazó a su almohada y la cogió con todas sus fuerzas. Lo primero que llegó a sus ojos fue la impacte luz del amanecer. Y de repente delante de ella se empezó a dibujar un nuevo mundo. Y dijo una frase: “EL FUTURO DEL MUNDO PENDE DEL ALIENTO DE LOS NIÑOS Y NIÑAS QUE VAN A LA ESCUELA”



Sobre el vaho que se había formado en la ventana de su cuarto escribió:

“No hay cegueras sino ciegos, creo que no nos quedamos ciegos, creo que estamos ciegos, ciegos que ven, ciegos que, viendo, no ven.” J. Saramago.

viernes, 28 de mayo de 2010

miércoles, 5 de mayo de 2010

miércoles, 28 de abril de 2010

viernes, 23 de abril de 2010